Prólogo


JAIME DESPREE

 

 

 

LOS ENEMIGOS DE 

 CERVANTES

MANUAL PARA PRINCIPIANTES

 

 


 

 

 

 

 

ENSAYO / CRÍTICA LITERARIA


© Jaime Despree


Primera edición: Marzo de 2019





Manual para jóvenes escritores con vocación y talento.

¿Por qué he escrito este ensayo?

Al escribir este libro, hace ya más de cuatro años, pensaba en jóvenes autores con vocación y talento, pero que se han formado en un ambiente literario profundamente viciado por la abrumadora cantidad de literatura basura que pueden encontrar en las librerías. Por esta razón creí que debía hacer algo para recordarles qué es la literatura, de acuerdo a los cánones que han servido para la creación literaria de todas nuestras glorias nacionales  y de la  literatura universal.

También pensaba en los lectores asiduos a esta literatura, pero no para censurarles, sino para mostrarles que existe otra categoría de literatura  escrita para perdurar en la memoria colectiva cultural de los pueblos, para que las futuras generaciones se sientan orgullosas de sus antepasados, como nosotros nos sentimos del nuestro, en el que habido escritores como Cervantes, Lope de Vega, Góngora  y tantos otros que han elevado nuestra literatura a las altas cotas de perfección y belleza del lenguaje y de la narración.

 Pero, sobre todo, pensaba en mí mismo, cuando cayó en mis manos la dichosa novela de Joyce, cuya lectura y total incomprensión estuvo a punto de frustrar mis inquietudes literarias; es decir, un joven que tiene inquietudes literarias, ha escrito ya sus primeras y cuartillas y se pregunta si aquello es o no es literatura, cometiendo el comprensible error de dárselas a leer a un amigo, de quien espera una favorable opinión. 

Lo primero y fundamental que el futuro escritor necesita adquirir es «confianza en sí mismo», y suficiente juicio crítico como para valorar por sí mismo si lo que escribe es o no es literatura. ¿Por qué razón su amigo va a saber sobre buena literatura más que él mismo que se esfuerza y estudia precisamente para saber distinguirla? En efecto, el primer y mejor crítico del trabajo de un escritor debe ser él mismo, hasta llegar al extremo de «desconfiar por sistema del juicio crítico de los demás», incluso de cualquier jurado de los muchos concursos literarios que se convocan en nuestro país, porque debe de estar convencido de que los premios nunca se otorgan a los mejores, sino a los que más se acomodan a los intereses y gustos del jurado, que en nuestro país, además, están generalmente constituidos por «mercenarios» de las editoriales que los convocan. ¡Impensable en el resto de Europa! Es decir, que lo primero que debe evitar es someter sus trabajos al juicio crítico de los demás si no está convencido él mismo del valor de su obra. Pero, entonces, ya será un contrasentido presentarse a concursos literarios, porque si los gana nunca Festará seguro de que ha sido por causa de la calidad de su obra, pero si no los gana, puede pensar que es por causa de la escasa calidad de su obra. No es que un escritor no deba recibir con agrado cuantos premios quieran darle, pero siempre que estos sean por nominación de terceros, como sucede con el Cervantes o el premio Nobel.

Nada más desgraciado para la carrera de un joven escritor que ser galardonado con un premio literario convocado por una editorial, al que él mismo se ha presentado, porque a partir de ese momento se convierte en un «empleado» de la editorial, y ésta, que lo atará como ataron los príncipes y obispos al genio de Mózart, no le publicará nada más a menos que sea de su «gusto» y acorde con las «tendencias del mercado». Recordemos que la obra «cumbre» de muchos escritores fue precisamente la única y que se corresponde con algún premio, como es el caso de la excelente escritora Carmen Laforet, premio Nadal de 1944, con «Nada». Si realmente es un escritor no habrá impedimento para que tarde o temprano su obra sea reconocida y publicada, incluso como suele ser norma general, a título póstumo; pero si no es un escritor, puede que un premio accdental le haga creer que lo sea, pero no tardará mucho en desengañarse. Aunque no es todavía el momento de «filosofar» acerca de la personalidad del escritor, la tensión creadora sólo existe bajo la permanente necesidad de creación en sí misma, y el éxito debe reservarse para el postre de esta suculenta comida que es la vida creadora del escritor; es decir, él éxito debe llegar con la madurez, única manera de saberlo administrar y cuando ya no impedirá el futuro desarrollo creativo del escritor, porque su carrera esté ya concluida por imperativo de la edad. Lo que hace feliz a un escritor es escribir y para escribir no es necesario otra cosa que una motivación, que en ningún caso debe ser la del éxito, la «vanidad» del glamour que supuestamente rodea al escritor, ni mucho menos el dinero.

Por último, antes de comenzar este nuevo trabajo, he buscado toda la bibliografía que pudiera servirme de utilidad, tanto para justificar mis propios argumentos como para mencionar los de otros autores que puedan apoyar y realzar los míos. En este sentido resulta bastante frustrante reconocer que bastaría con recomendar al lector el libro de Ernesto Sabato, «El escritor y sus fantasmas», para prescindir del mío, porque todo cuanto yo pueda decir sobre este tema lo hace Sabato con una prosa deliciosa y desde la perspectiva de un escritor consagrado, extremadamente crítico consigo mismo y, por tanto, con los demás escritores. Pero, aun cuando lo citaré en múltiples ocasiones, mi trabajo pretende dirigirse a un público específicamente español, a partir de nuestra propia idiosincrasia nacional, y del contexto literario del futuro escritor a quien me estoy refiriendo.




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